Pobreza
y falta de redes sociales, pero también el simple deseo de deshacerse de lo que
consideran un estorbo. Cada vez es más común que las familias abandonen a sus
abuelos en los hospitales. Una realidad que se hace patente tras el alta
médica: los teléfonos no responden. Nadie quiere recibirlos.
“Las
dejé a todas bien criadas y casadas. No fui una mala madre, pero ya no me
quieren ver”, dice Raquel Ríos (76 años) cuando le preguntan por su familia.
Guarda silencio, lanza un largo suspiro y agrega: “Ellas sabrán, algunos tienen
suerte y otros no”, sostiene mientras mira al resto de los ancianos del hogar
que son visitados por sus familias.
Raquel
Ríos no sabe por qué sus hijas la abandonaron. Lo que sí sabe es que nadie la
ha ido a ver durante los diez años que lleva internada en el Hogar Abierto, del
Hogar de Cristo. Mira hacia a su pasado y no puede contener las lágrimas. Y es
que simplemente no encuentra razones. Dice que quedó viuda cuando sus hijas estaban
muy pequeñas, que tuvo que trabajar duro y que instaló con mucho esfuerzo un
quiosco de diarios y confites en Viña del Mar.
Entonces era “útil”. Todo cambio
drásticamente cuando un bus la atropelló, reventando una de sus piernas. Fue la
última vez que vio a sus hijas. Primero estuvo dos años y seis meses en el
Hospital Van Buren, en Valparaíso. Al momento de su alta médica nadie quiso
hacer cargo de ella. Pese a que en el recinto asistencial ubicaron a sus hijas,
ninguna apareció. Actualmente vive en este hogar: uno de los tantos que usan
los hospitales públicos para evacuar a pacientes con un “alta difícil”.
Ancianos que están recuperados de sus dolencias, pero que nadie reclama ni
quiere recibir.
Es
triste leer este caso de solo pensar que muchas personas pasan por lo mismo. En
resumen, Raquel Ríos les dio todo a sus hijas a pesar de sus dificultades y
ellas más adelante no respondieron a lo que ella necesitaba. Hagamos la
diferencia y no abandonemos ni dejemos atrás a quienes probablemente nos
enseñaron muchas cosas y nos enseñaron como vivir.